sábado, 22 de marzo de 2014

Cigarro

Encendió el papel de liar con algo de dificultad, pero no mucha; ella estaba acostumbrada a fumar con viento. Inhaló el humo mientras veía cómo ardía la marihuana. Guardó el humo en su interior sintiéndolo en sus pulmones. Percibiendo ese ligero picor en su garganta imaginó por un momento cómo sería su problema sin lidiar con todos sus demonios. «Algo idílico», pensó, pero sus pensamientos se cortaron por la tos. Absorta en su mundo se había olvidado de exhalar el humo. Otra calada. El día moría y ella observaba el crepúsculo en su terraza. Había belleza en la derrota de la luz, se sentía identificada con esa escena. Allí se encontraba, en la terraza de su casa. Pero su casa no era su hogar. Mas ella sí era un hogar, o eso le había dicho un joven rubio, que su hogar era todo aquél en el que estuviese ella. Las heridas de su brazo, de su pecho, de su estómago pedían sangre nueva, sangre reciente. Sus heridas tenían la voz de aquella niña que a veces se le aparecía en sus sueños, pero también en la vida real. Una niña que intentaba acabar con su vida. Una niña que no era nada más que un artificio de su mente para que ella no pudiese protegerse de sí misma.


¿Se iría aquella niña junto con todos sus fantasmas? ¿Sería querida alguna vez? ¿Viviría mejor? Es más, ¿seguiría viva de aquí a unos años? Demasiadas preguntas difíciles de contestar positivamente con ese vacío en su interior. Con esas cicatrices. Con ese irracional deseo de morir. Se levantó de la silla en la que estaba sentada. Echó una última calada intensa y tiró la boquilla al jardín. La Luna imponente vigilaba a la humanidad desde la altitud. La noche ya había conquistado el mundo. Ahora se sentía en su terreno natural. Una vibración la sacó de su ensimismamiento. Metió la mano derecha en su móvil y la sacó para mirar el móvil. Una sonrisa iluminó su rostro y, por un momento, sus fantasmas se desvanecieron. Sí se marcharía aquella niña. Sí sería querida alguna vez, porque ya lo era desde hacía casi dos meses. Sí intentaría vivir para no decepcionar al remitente de aquel mensaje: un rubio que regresaba a su hogar y ella iba a darle la bienvenida. La noche del martes sólo acababa de empezar, pero ya tenía esa antítesis de frío cálido que sólo brindaba un abrazo del ser estimado.

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